Ya no sirven sólo para decorar la tele del salón, ni se usan exclusivamente para testimoniar, en un llavero, el paso por la ciudad: Los nuevos objetos de recuerdo homenajean monumentos y tradiciones con diseños exclusivos en los que los siempre lucrativos tópicos son llevados a las últimas tendencias.
El toro de Osborne y los imanes con los iconos de la ciudad visitada, siguen siendo los regalos preferidos de los turistas que visitan España, pero la industria del «souvenir» no se da por estancada, y cada vez son más los comerciantes que quieren deshacerse de la producción en serie y made in China de flamencas de plástico para crear recuerdos nuevos e innovadores.
Los extranjeros se inclinan más por las originales postales, los imanes y las camisetas, y es que los extranjeros se muestran especialmente tradicionales a la hora de llevarse un recuerdo, en ese sentido, siguen liderando la clasificación de ventas los abanicos de flores y los toros en miniatura.
La crisis y la competencia no pasan desapercibidos, y desde detrás del mostrador explican que «se vende muy poco» y que lo que compran los turistas es «lo más baratísimo», como los llaveros o los imanes.
Poco les importa que, en realidad, todos esos productos folclóricos fueran fabricados a miles de kilómetros del país y se resisten a pagar «los artículos buenos, de artesanía española», como las espadas toledanas o los mantones sevillanos, los más demandados hace unas décadas.
Pero ningún comerciante pretende engañarse: no es la originalidad lo que busca el turista cuando compra un souvenir, sino un trozo de la ciudad que, aunque tal vez no la represente, al menos sí es un recuerdo que puede llevarse en la maleta.
Los souvenirs resumen la esencia de sus países, y de la España cañí cada vez queda menos. Ahora el país quiere vender una imagen de modernidad y explotar la cultura española más allá de la folclórica y el torero. Por eso, en cualquier tienda de recuerdos los genios del modernismo, el cubismo o el surrealismo español tienen su espacio.
El turista anhela disfrutar de los lugares, las gentes y las cosas tal y como eran antes de la llegada del turismo. Para lograrlo, para que la nostalgia sea satisfecha, todo tiene que ser reducido a la ficción. De ahí la tendencia a la miniaturización en el "arte turístico". En la miniatura -un mundo encerrado dentro de otro mundo-
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